Este libro, con texto de Luciano Saracino e ilustraciones de Daniel Roldán, fue publicado por La Bohemia y Macma Ediciones en 2014, bajo la dirección editorial de Valeria Sorín y Laura Demidovich. Es parte de la colección Comunidades, diseñada gráficamente por Alejandra Mosconi.
Es una colección hermosa, Comunidades: cada libro rescata un texto de tradición oral de una cultura presente en latinoamérica, y el texto se presenta en una edición bilingüe, con formato apaisado. Si bien este de hoy es mi favorito, tienen muchos libros preciosos en la colección, como La invitación, bilingüe chino-castellano, con texto de Mónica Melo e ilustraciones de Katana.
Este libro que comento hoy, Te quiero más que a la sal, nos trae un cuento popular anónimo de tradición armenia; se presenta en castellano y, simultáneamente, en idioma armenio.
El interior del libro está impreso a dos colores, violeta y negro; el texto en armenio está en violeta y el castellano, en negro. Las ilustraciones de Daniel Roldán son buenísimas, dibujos a línea negra para los personajes y a línea violeta para los fondos y paisajes.
La versión del cuento tradicional es, como dije, de Luciano Saracino. Leí unas cuantas versiones de la historia, y esta que escribió Luciano es, lejos, la mejor: está contada con arte y gracia, en forma encantadora y estructuralmente bien armada y respetuosa del origen oral del relato y de las tradiciones armenias.
La historia es más o menos la misma que en Rey Lear (y Willy Shakespeare no la inventó, la tomó de tradiciones populares celtas; este es un motivo presente en muchas culturas del mundo): un padre (rey, en este caso) que les pregunta a sus tres hijas si lo quieren. Las dos mayores le contestan que sí, que lo quieren más que a la vida, más que a su propio corazón, y el padre, satisfecho con esas respuestas, les brinda a esas hijas todos los dones que puede. En cambio, la hija menor (que es la que en realidad más quiere al padre) tiene una respuesta más ambigua: “Te quiero más que a la sal y al agua”, contesta.
El padre se enoja: la sal y el agua es algo común y corriente, que no vale nada, o casi nada, que está por todas partes. “Si me quieres solo como a la sal, entonces no me quieres nada”, concluye, y la destierra y la deshereda.
La princesa se refugia en los bosques, donde sobrevive gracias a la atención de quienes viven allí (otro motivo presente en muchos cuentos tradicionales, como por ejemplo “Blancanieves”). Allí, en el bosque, la encuentra un príncipe, él le convida una oportuna pizca de sal, se enamoran, se casan.
Arman una tremenda fiesta, con mucha comida exquisita y calórica (cocina armenia, obvio) e invitan al rey (sin avisarle que la novia es su propia hija). Pero los novios dan indicaciones de que al viejo no le den agua ni sal, durante el banquete.
Así que cuando el rey protesta que no puede bajar el madzún, los dolmá y los baklava sin agua, y que todo está tremendamente desabrido, se aparece la hija para darse a conocer y para demostrarle que la sal y el agua pueden parecer poca cosa, pero no existiríamos sin ellos.
Y hay reconciliación, baile, sobremesa y felicidad. Y, como concluye el narrador, “del cielo caen tres manzanas: una para vos, una para mí y otra para el autor”.
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