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La abeja que no era ni joven ni vieja


Este libro para primeros lectores (pero no solo para ellos, por supuesto: a mí me encantó) fue publicado por SM, en su colección Barco de Vapor (serie blanca) hace poquitos meses, a mediados de 2018, con la dirección literaria de Cecilia Repetti y la edición de Luz Azcona.

El texto ya había sido publicado en 2006, en Atlántida (con otro formato y otras ilustraciones). A pesar de que el título juega con la rima (uno de los muchos recursos humorísticos que Adela usa con maestría en su extensa obra), esta no es una obra de humor, sino de aprendizaje, que inicia con una pequeña abeja que decide conocer más del mundo:

“Esta es la historia de una abeja que no era ni muy joven ni muy vieja. Vivía cómoda junto a otras abejas, en una colmena inmensa. Había visto poco del mundo, y una mañana pensó que conocerlo más podía ser una buena experiencia.”

A partir de esa decisión tan importante y decisiva, la abeja comienza un largo viaje (una Odisea como la de Joyce, de un día solo) en un recorrido que se van extendiendo en una espiral irregular. Es una abeja quijotesca: no porque sea loca, sino porque emprende un viaje aventurero que la va llevando cada vez más lejos de casa.

En los sucesivos capítulos (son diez, marcados solo por el avance de su nunca recto trayecto), la abeja va encontrándose con otros animales: mariposa, grillo, gorrión, rana, hormiga, coneja, mosquito, y de cada uno (que se presenta diciendo “Soy yo, la mariposa”, “Soy yo, el grillo”, etcétera) la abeja se asombra por las diferencias, aprende sobre cómo son quienes son distintos de ella, y lo valora.

Al final del día, la abeja ni joven ni vieja regresa a su colmena, donde ella también repite, ante sus congéneres que vigilan la entrada a la colmena, “Soy yo”, para que la dejen pasar.

Y termina su día reflexionando sobre todos los nuevos amigos tan diversos que conoció.

Hasta aquí, ya estaría muy bien, el texto, pero todavía falta lo mejor (lo que más me gustó a mí, al menos) de esta historia. Es que al día siguiente, la abeja protagonista reúne a todas las demás abejas para contarles lo que descubrió y lo que pensó a partir de su viaje: que todos nos presentamos diciendo “soy yo”, pero que todos esos “yo” diferentes son parte de algo mucho más grande, un Yo Universal del que todos formamos parte.

Nuestra abeja formula pues una especie de panteísmo social, y como cierre, en la frase final del libro, se calla, como dándole tiempo a las demás abejas de que piensen en lo que ella dijo, o tal vez en respetuosa actitud hacia su propio descubrimiento trascendental.

En ese sentido, no es gratuito el dato inicial de la edad “mediana” de la abeja: es importante que no sea demasiado joven, para poder detenerse y reflexionar sobre lo que descubre; y también es importante que no sea demasiado vieja, para poder tener aún ganas y energías para emprender un viaje tan largo a lo desconocido.

Las ilustraciones de Elissambura son preciosas, llenas de color y ternura, y además cuentan una historia paralela que acompaña a la que dicen las palabras: en las imágenes, cuando la abeja sale de su colmena (una colmena hecha por humanos ausentes, lo que agrega una dimensión extra a nuestra historia) y conversa con la mariposa, aparece en un rincón un bicho bolita, que en los siguientes capítulos se va encontrando sucesivamente con otros bichitos (otro bolita, una chinche, un cascarudo, ciempiés, caracol, y así), lo que hace que uno, como lector, pase mucho tiempo deleitándose con esas imágenes y comprendiendo que el mundo (ese del que todos formamos parte) tiene mucho más todavía para ofrecernos de lo que la abeja vio, aprendió y conoció a lo largo de su extenso día fuera de su cómoda colmena.

En fin: un gran libro de la genial Adela, con hermosas ilustraciones de Elissambura. Léanlo, amigos, y extenderán sus horizontes.

¡Recomendado!


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