Esta inusual y curiosa obra, publicada por Ediciones del Estómago Agujereado (apuesto a que no tienen muchos libros aún, pero ¡qué notable nombre de editorial!) a fines de 2017, con edición de Pilar Muñoz Lascano, fue impresa en Montevideo (cerca de donde el Boga dejó a Ramón Paz, nos avisa el colofón) y puede encontrarse, si van ya mismo y quizás, en el stand de Montevideo en la Feria del Libro.
Para hablar de esta obra excepcional, antes es necesario hablar de otra, también curiosa y de excepción: El gran surubí, de Pedro Mairal, una novela en 60 sonetos publicada originalmente en la revista Orsai, en seis entregas, y con 60 ilustraciones de Jorge González. Luego fue publicado como libro, pero ese libro está medio agotadón, yo al menos aún no pude conseguirlo (pueden regalármelo y quedar como reyes conmigo, aviso). Pero aunque no es lo mismo, se puede leer el texto online aquí:
El gran surubí es una distopía épica rioplatense (ubicada en un futuro tan parecido a nuestra historia que podría suceder en cualquier momento) en la cual Ramón Paz, poeta y escritor de poca monta, es reclutado en una leva forzosa junto con algunos compañeros de bar y son llevados al río de la Plata, y luego al Paraná, para pescar un gigantesco surubí mutante (en la intención de proveer de proteína animal a la población, habiendo ya desaparecido toda vaca de nuestra otrora ganadera pampería). En ese viaje trasnochado, surreal, Ramón Paz se pierde y se encuentra, se transforma, se constituye de persecuciones y huidas, de amores fríos y espantos ardientes, en un paisaje desolado y final, mientras se enfrenta y, de alguna manera, se hermana con ese surubí-leviatán que se vuelve la clave de su destino. Una obra que recuerda-resuena a la segunda mitad de Zama, de Antonio di Benedetto, y a Los pichiciegos de Fogwill, y a “El Sur” de Borges, y a Moby Dick.
La forma elegida para narrar (sonetos clásicos en endecasílabos) parecería, a priori, un corsé imposible para una novela, pero Mairal demuestra que no es así y que, por el contrario, el ritmo y la esencial economía de palabras permiten construir una narración sugerente e hipnótica, que te lleva como ese río gris hacia quién sabe dónde; por el estilo de los sonetos de Mairal, clásicos, “serios”, uno se siente también como metido en una obra del Barroco, en una composición de Quevedo, en una fábula bíblica, fuera de este tiempo, fuera de cualquier tiempo. Las buenísimas ilustraciones de Jorge González modelan el clima, dialogan con el texto y completan la obra de una forma muy particular. En fin: una obra que vale la pena leer. Léanla.
Y aquí, en Los dorados diminutos, Horacio Cavallo y Matías Acosta dialogan, desde texto e imagen, con los autores de El gran surubí y le dan, a la vez que un spin-off, una respuesta. En principio, la misma estructura: 60 sonetos, 60 ilustraciones; pero también una respuesta a la historia misma que cuentan Mairal y González. En sonetos clásicos impecables, Horacio nos cuenta la historia de Pepe Sardina (un apodo, pero luego se sabrá su nombre verdadero), un primo uruguayo y sordo de Ramón Paz, que al enterarse de la situación de Ramón, decide cruzar el Río de la Plata para encontrarlo y rescatarlo, en una épica mezcla “Rescatando al soldado Ryan” con “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” de Borges.
Los versos, en esta historia de renegados, conscriptos y desertores, remiten también inevitablemente a la gauchesca, al Santos Vega y al Martín Fierro, por más que el ritmo sea diferente. Yo no soy ningún experto en poesía ni nada parecido, pero a mí me encantó esta obra, estos sonetos que tienen, a diferencia de los de Mairal, mucho humor y un ritmo más marcado, más “staccato”, menos untuoso, aunque para nada son menos precisos ni profundos.
Fíjense, como botón de muestra, uno de los sonetos del primer capítulo, que es maravilloso, en el que Pepe se prepara para realizar su viaje de rescate:
Me costó convencer a Margarita
que apenas se acordaba de mi primo.
Le dije: “che entendeme”, le hice un mimo.
Me respondió: “otra vez gastando guita
en esas causas nobles de convento,
te cagaron la vida los scouts”.
Me miré los zapatos, dije: “chau,
voy a dejarlo todo en el intento”.
Metí el mate y el termo en la valija,
la foto de los pibes y un cuchillo.
Miré aquellos seis ojos dando brillo,
envuelto el cuore en un papel de lija.
Mis hijos me miraron de la Play,
Marga volvió a sus Cien sombras de Grey.
Pepe, precario y tierno en su temeridad, con esa garra naif uruguayísima, se enfrenta a la desolación y a los militares argentinos y a ese río gris que parece avanzar para devorarlo todo, como la Nada de La historia interminable, en busca de su primo, con quien compartió momentos de su infancia. Y así, buscando el tiempo perdido, Pepe se encontrará con personajes sórdidos y fantásticos; maravilloso por ejemplo el personaje del Boga, paranoico y emprendedor, que navega desde siempre los ríos buscando, como Pepe, a personas amadas y desaparecidas; se me cayó una lagrimita en el final del soneto 30, en el centro mismo del libro:
(…)
Me reanimó con un mate de boldo
y me habló de un fulano que buscaba
desde el setenta y pico, y no aflojaba:
“Quiero verlo de nuevo al flaco Haroldo”.
Los dos, los del montón, los buscadores,
los quién, los no va más, los posteriores.
Y pasan cosas, pasan muchísimas cosas en este libro, que termina siendo, a la vez que un viaje filosófico y final, una historia muy nuestra, rioplatense hasta la médula, de aventuras, de esas que uno relee varias veces, aunque recuerde el final, para volver a pisar cada paso o pasar cada piso.
En las ilustraciones, Matías, experto en paisajes y climas, sale aquí de su estilo minimalista y delicado (que le vimos en obras como Separaciones mínimas, Pingüinos o Nanas de la cebolla) para dialogar con la obra de Jorge González, y nos brinda un cúmulo de cuadro extrovertidos, con claroscuros y colores quebrados, con pinceladas que saltan al ojo, llenas de materia y de ímpetu. También dialoga con el texto y modela fuertemente el tono de la obra, destacando las fuerzas de esa naturaleza infinita y opresiva, bella en su desolación,y cómo esos personajes (Pepe principalmente, pero también quienes lo rodean) casi anónimos, casi siempre sin rostro, luchan para sobrevivir y avanzar en su insólita empresa sin sentido pero, al mismo tiempo, necesaria.
Una gran obra esta, Los dorados diminutos, una de las mejores adquisiciones de esta Feria del Libro. No les será fácil encontrarla, pero si lo logran, serán felices, o al menos arribarán a un aceptable sucedáneo de la felicidad.
Recomendada.